Niveles congnoscitivos del juego
La categoría más simple, que empieza durante la infancia, es el juego funcional (llamado también juego locomotor), que consiste en la práctica repetida de movimientos de los músculos largos, como hacer rodar una pelota (Bjorklund y Pellegrini, 2002). La segunda categoría, el juego constructivo (al que también se le llama juego con objetos), es el uso de objetos o materiales para construir algo, como una casa de cubos o hacer un dibujo con crayones. Se estima que los niños juegan con objetos entre 10 y 15% de su tiempo (Bjorklund y Pellegrini, 2002). La tercera categoría, el juego dramático (al que también se le denomina juego de simulación, juego de fantasía o juego imaginativo), implica objetos, acciones o papeles imaginarios; se basa en la función simbólica, que surge durante la última parte del segundo año (Piaget, 1962). El juego dramático implica una combinación de cognición, emoción, lenguaje y conducta sensoriomotora. Puede fortalecer el desarrollo de las conexiones densas en el cerebro así como la capacidad posterior para el pensamiento abstracto. Algunos estudios han descubierto que la calidad del juego dramático se asocia con la competencia social y lingüística (Bergen, 2002). Los niños construyen habilidades emergentes para la alfabetización cuando hacen boletos para un viaje imaginario en tren o simulan que leen las gráficas optométricas en el consultorio médico (Christie, 1991, 1998). El juego simulado también puede favorecer el desarrollo de las habilidades de la teoría de la mente. El juego dramático alcanza su punto más alto durante los años preescolares, incrementa su frecuencia y complejidad (Bjorklund y Pellegrini, 2002; Smith, 2005a) y luego disminuye a medida que aumenta la participación de los niños de edad escolar en los juegos formales con reglas, organizados con procedimientos y penalizaciones conocidas, como las canicas y la rayuela. Sin embargo, muchos niños siguen practicando el juego de simulación mucho después de los años de la primaria. Se estima que los preescolares dedican entre 12 y 15% de su tiempo a los juegos de simulación (Bjorklund y Pellegrini, 2002), pero la tendencia de los jardines de niños a adoptar programas con orientación académica puede limitar la cantidad de tiempo que los niños pueden dedicar a ellos (Bergen, 2002; Ginsburg et al., 2007).
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